viernes, 13 de septiembre de 2019

LILIANA CINETTO

En conmemoración del Día del Bibliotecario, nos reunímos en el Bernasconi para celebrar dicha fecha. Tuvimos el agrado de conocer a Liliana Cinetto, escritora infantil-juvenil; un momento muy agradable. Nos habló cómo se gesto en ella su pasión por escribir y cómo lo transmite en su nieta. También mostró su nuevo libro "Tonio y Tux" y que su tarea de escribir es algo a diario.

Autobiografía de Liliana Cinetto

Nací en el barrio de Boedo, barrio tanguero si los hay, en una casa antigua, con patio, terraza y gallinero. (Y…, esas cosas que tenía Buenos Aires, ¡qué sé yo!).
Recuerdo que mi casa estaba llena de escondites y lugares secretos que sólo yo conocía. Tenía escaleras caprichosas, ventanas misteriosas y un pasillo largo con una enredadera que en otoño se llenaba de flores amarillas y parecía una lluvia dorada. Era una casa mágica. Cada uno de sus rincones me susurraba historias que yo escuchaba fascinada. Pero, sin duda, lo mejor de la casa era la biblioteca, una habitación enorme llena de libros que yo elegí como mi lugar preferido para jugar y leer. En el quieto silencio de las siestas, la vieja casona de Boedo desaparecía y yo me sumergía en un mundo donde todo era posible. Así descubrí la colección Robin Hood, de tapas amarillas, los veintitantos libros de Monteiro Lobato, con la inolvidable Naricita, o los álbumes con grandes ilustraciones donde se mezclaban Las mil y una noches con Heidi y El soldadito de plomo con Blancanieves. Me volví adicta a la lectura. No podía dejar de leer. ¡Cómo lloré con Corazón y con Azabache! ¡Y qué manera de sufrir con ese perro de Bajo las lilas! ¡Qué intriga por saber quién era en realidad Papaíto piernas largas! ¡Qué nervios cuando secuestraban a los chicos en Entre selvas y desiertos y ellos se escapaban! ¡Y cómo me gustaba el Tigre de la Malasia que se enamoraba de Mariana y la iba a buscar porque no podía vivir sin ella! No sé cuántas veces habré leído y releído los libros de Salgari, Julio Verne o Twain. No sé cuántas noches me habré dormido a la fuerza porque ya es tarde, nena, y yo quería saber qué les pasaba a los personajes que estaban Sin familia o En familia o a Robinson Crusoe, Gulliver o El último de los mohicanos.. Sólo sé que nada escapaba a mi voracidad. Será por eso que mi mamá, que era maestra, y mi papá que tenía dos trabajos, seguían comprándome libros, aunque a veces la plata no alcanzaba para llegar a fin de mes. Será por eso que, cuando se me “gastaron” algunos libros (no porque se me hubieran roto, sino porque ya los sabía casi de memoria), tuve que explorar en los otros estantes de la biblioteca donde me esperaba uno de los grandes amores de mi vida: la poesía. ¿Cómo que leíste a Machado, nena?, preguntaba la maestra de quinto (la de cuarto no preguntaba nada porque era una bruja). Y sí, señorita, me lo leí todo. Y a Neruda y a Hernández y a Almafuerte que no se da por vencido ni aun vencido. Pero sos muy chiquita para leer esas cosas, decía la de sexto que pensaba que había que tener edad para leer poesía seria y nos hacía copiar versos de confite en la carpeta. No le hice caso, claro, seguí leyendo a Lorca y a León Felipe y me animé a acompañar al Quijote (en versión para niños, eso sí), mientras Serrat me cantaba al oído “se hace camino al andar”.